El quitasol mal puesto.-
Eran esos calores aplastantes, entonces no quedaba otra opción que irse por la sombrita caminando. Apurando el paso para simular que la mancha bajo mi axila esta creciendo a un ritmo feroz. Me metí la mano al bolsillo izquierdo, para comprobar mediante un leve tintineo cuantas monedas me quedaban. Me alcanzaba para algún bebestible.
La señora de quiosco de la esquina siempre tenía las bebidas heladas; compraba un bloque de hielo temprano, y ya a esa hora, quedaba un leve rastro de su grandeza. Me acerqué, esquivando el quitasol que protegía el contenedor, y extendí mi mano con el resto de monedas que me quedaban. La señora los recibió, y con una sonrisa me mostró el contenedor lleno. Todas las bebidas se veían deliciosas, y por un segundo cerré los ojos y me sumergí en el agua congelada que las albergaba. Esa si sería una deliciosa sensación.
Mi mareo fue repentino. Tal vez los 36 grados tuvieron algo que ver. Tal vez la falta de sueño, por haber festejado toda la noche anterior. No quería hacerlo, pero me fallaron las piernas. El suelo pareció de goma por unos instantes, y no encontré ningún otro punto de apoyo más que el quitasol.
Cedió casi al instante; obviamente no estaba preparado para mis 95 kilos. Se meció sobre su costado derecho, y cayó estrepitosamente sobre la mercadería recién arreglada por la señora. Vi volar unos cuantos super ocho mientras yo caía como un viejo saco de papas, sobre el contenedor lleno de bebidas y hielo.
A lo lejos, ya inmerso en esa exquisita y aliviante frescura, escuché los gritos e improperios de la pobre mujer desesperada; pero tal vez
tal vez no había sido mi culpa.
tal vez el quitasol estaba mal puesto.