domingo, 14 de julio de 2013

(8).- Volantín.

Abrió sus manos para alcanzar el volantín.
Desde abajo, parecía tan sencillo; casi como arrancar trozos a las nubes cuando el invierno rugía sobre su cabeza.
Los caballos corrían alrededor del sendero, y ella decidió correr un poco más rápido para subirse a uno de ellos e impulsarse; tal vez de esa manera, el volatín tricolor finalmente llegaría a su poder.
Su juventud se alimentó con el deseo de triunfar; sus piernas se movieron rápido, con la ilusión de alcanzar a los caballos; solo se interpuso una reja de madera, un tanto vieja, un tanto húmeda y gastada por las lluvias incesantes del sur, verde sur.
El salto fue limpio, la caída no tanto.
Abrió sus manos para tocarse la rodilla, que ahora sangraba y se llenaba de la tierra del camino.
Su cabeza comenzó a girar, o el mundo mismo, o quizás era ese movimiento del planeta que le habían hablado en el colegio.
Los caballos estaban lejos, casi como el volantín que ahora, en su tricolor brillante, parecía sonreírle e invitarla a jugar.
Sus ojos viajaron también; se encontró con la mirada atenta de su madre, que ya corría hacia los prados húmedos; en sus manos aún tenía los rastros de la ensalada de achicoria y el tomate recién cortado; sabía bien la pequeña que el almuerzo estaba a la vuelta del reloj; las pantrucas recién hechas, el vasito de jugo de naranja. Su madre con los ojos llenos de lágrimas por la cebolla de la ensalada chilena, que tanto le gustaba a su padre.
El padre, sentado en el rincón de la chimenea sorbiendo la bombilla del mate.
Los brazos de su madre eran tibios, siempre lo eran; esta vez no fue la excepción. La temperatura adecuada para sentirse protegida; las manos cerradas sobre la herida que parecía sanar casi de manera automática.
La pequeña elevó la vista, un poco más centrada
el volantín, ahora caía balanceándose lentamente; bailando al ritmo del viento de verano, bailando su último baile. La niña rió; su madre la miró con un dejo de preocupación, pero con la calma necesaria para no infundirle temor. La niña volvió a reír, porque ahora el tricolor descansaba sobre su árbol favorito. el que tenía la pequeña casa de madera en su base, aquella que su padre, entre mate y mate, había construido para su deleite.

Esa noche, el volantín descansó entre los sueños de la pequeña y un montón de peluches. Afuera, la tormenta resonaba, aun, distante.








sábado, 29 de diciembre de 2012

(7.-)

El quitasol mal puesto.-


Eran esos calores aplastantes, entonces no quedaba otra opción que irse por la sombrita caminando. Apurando el paso para simular que la mancha bajo mi axila esta creciendo a un ritmo feroz. Me metí la mano  al bolsillo izquierdo, para comprobar mediante un leve tintineo cuantas monedas me quedaban. Me alcanzaba para algún bebestible.
La señora de quiosco de la esquina siempre tenía las bebidas heladas; compraba un bloque de hielo temprano, y ya a esa hora, quedaba un leve rastro de su grandeza. Me acerqué, esquivando el quitasol que protegía el contenedor, y extendí mi mano con el resto de monedas que me quedaban. La señora los recibió, y con una sonrisa me mostró el contenedor lleno. Todas las bebidas se veían deliciosas, y por un segundo cerré los ojos y me sumergí en el agua congelada que las albergaba. Esa si sería una deliciosa sensación. 
Mi mareo fue repentino. Tal vez los 36 grados tuvieron algo que ver. Tal vez la falta de sueño, por haber festejado toda la noche anterior. No quería hacerlo, pero me fallaron las piernas. El suelo pareció de goma por unos instantes, y no encontré ningún otro punto de apoyo más que el quitasol.
Cedió casi al instante; obviamente no estaba preparado para mis 95 kilos. Se meció sobre su costado derecho, y cayó estrepitosamente sobre la mercadería recién arreglada por la señora. Vi volar unos cuantos super ocho mientras yo caía como un viejo saco de papas, sobre el contenedor lleno de bebidas y hielo.
A lo lejos, ya inmerso en esa exquisita y aliviante frescura, escuché los gritos e improperios de la pobre mujer desesperada; pero tal vez
tal vez no había sido mi culpa.
tal vez el quitasol estaba mal puesto.


martes, 27 de noviembre de 2012

(6.-)

Espectador



En Antonio Varas con Eliodoro Yañez siempre la veo. Su cabello castaño claro ondula bajo el sol de primavera, asomando unos pequeños cachitos bajo el casco de bicicleta. Pedalea con tanto estilo y gracia que el tiempo se detiene, el semáforo me parece eterno y las bocinas de los automóviles lejanas.
Se que el algún momento se le pinchará una rueda, o se le saldrá la cadena. Por eso siempre ando con un bombín y parches de repuesto; También tengo una botella de agua helada para esos días de verano, si le llegase a hacer falta. Creo que un día me pararé en medio de la ciclovía, y le preguntaré cómo se llama, y la invitaré a tomarnos una helado al Inés de Suarez.


sábado, 24 de noviembre de 2012

(5.-)

Cama.-


Solamente era un colchón. Estaba bastante viejo, con manchas de óxido y quizás que otras cosas que era mejor no saber. Era grande, lo suficiente para albergar a un par de personas en aquellas noches de Junio donde el frío calaba hasta los huesos.
Esa noche de verano mis pasos eran inciertos. Había bebido tanta cerveza que mi estómago y mi vejiga latían a cada segundo. Sentía que iba a estallar, pero con una sensación distante; el alcohol me tenía embobado. 
Llegue a una esquina oscura, con algunas sombras que bien podían ser personas, o mi imaginación. Ya no podía más. Mis piernas y mis ojos querían rendirse ante la noche...y mi imaginación viajó mucho más rápido que mis cansados pies. Me vi acostado en mi cama, con el sonido de la radio en la cocina. Una sonrisa de satisfacción iluminaba mi rostro. 
El colchón era viejo, manchado, hediondo...pero cómodo. No me di cuenta cuando ya estaba durmiendo sobre él.
Al día siguiente, al abrir los ojos, un anciano de barba gris me observaba atentamente
"buenos días su señoría" me dijo, con un tono bastante hostil. "Vaya moviendo la raja, mire que se vino a acostar a mi cama, y ni siquiera pagó la cuota". 
Yo lo miré aún aturdido. "yo..yo..¿dónde estoy?" murmuré son entender nada. El anciano comenzó a reir, dejando en evidencia que le faltaban todos los dientes. "no importa, mijo" me dijo "si ya con las zapatillas estamos a mano. Ahora vaya no má...camine tranquilo, y para la otra, fíjese bien. No va a encontrar camas como esta en todas partes"


jueves, 22 de noviembre de 2012

(4.-)

Aniversario.



Tenia unas ganas tremendas de salir a caminar bajo la lluvia sin paraguas. Los olores de las cosas parecían flotar con mayor intensidad los días así; me embriagaba de sensaciones diversas en cada esquina del barrio.
El doctor me dijo que era peligroso que anduviese por ahí solo, sobretodo con la cantidad de alegrías químicas que se abrían paso entre mis venas.
Pero era nuestro Aniversario
que el mundo me perdone y se vaya a la mierda, pero era nuestro Aniversario. La ciudad se teñía de colores tristes y alegres al mismo tiempo, porque así eran los recuerdos. Las memorias que amenizaban mi caminar lento, con el pelo mojado y sin frío. 
En la esquina del primer beso te volví a encontrar. 
Era lo último que hubiese pensado, pero ...era nuestro Aniversario!! Cómo no ibas a andar deambulando por la ciudad también, con tu propia tristeza a cuestas!!!
Eras tu. Estaba seguro, a pesar de que tu pelo se veía un poco distinto. Eras tú, a pesar de que tu piel estaba más oscura...
Eras tú; estaba seguro
a pesar de que te veías más alta...más delgada...con otro estilo de ropa...
Cuando tomé tus manos para pedirte perdón, entonces se diluyeron tus ojos almendrados en el pavimento mojado de aquella esquina. Te transformaste en otra mujer...Porque en realidad era otra mujer. Me golpeó, me empujó y arrancó hacia las sombras grises de otra esquina más lejana.
Era nuestro Aniversario.
Y en nuestro Aniversario, tiendo a encontrarte en cada sonrisa de mujer anónima.

(3.-)


Cuando se duerma




Un día el conductor del metro se va a quedar dormido. Va a chocar con el muro de la última estación y va a pasar para el otro lado, donde viven los duendes que cuidan la ciudad en la noche. Ahí hay cascadas de colores, y montañas de monedas de un peso. La gente se va a bajar de los carros y bailarán en los prados repletos de tréboles, todos felices porque ya no estarán apretados. Los duendes repartirán trajes de baño a todos y correrán a bañarse en un rio cristalino. O eso cree mi hija.

(1.-)


Ese Sabor.


Hoy día, una vez más, me acordé de ti. Pasé caminando por los viejos senderos de nuestras memorias compartidas; Irarrazaval, la Plaza Ñuñoa, el Parque Juan XXIII. Me perdí entre las canciones que disfrutábamos bajo los arboles, fumando y capeando el calor y el aburrimiento. Entonces llegué al quiosco de la esquina, al que tantos domingos por la mañana recurrimos para reponernos. Recordé tu remedio favorito; el que te hacía revivir. Compré 6 Kapo sabor frambuesa y me los tomé de una sola vez. Quise recordar...no sé, el sabor de tus besos.